lunes, 28 de diciembre de 2009

Se derrumba


El cortijo de la esquina, el más bajo, ha sido domicilio de mis padres durante muchos años. Tenía a la entrada una estancia con la chimenea para cocinar y calentar la casa en invierno, dos dormitorios, la cuadra de los mulos, y en el primer piso, el pajar, y una habitación con arreos del trabajo en el campo o donde colgar embutidos de la matanza. Yo viví en él algunos años. Empecé en la escuela viviendo en ella. Estaba en los cortijos de Cazalla, a una media hora andando. Yo solía hacerlo en una burra blanca y vieja, algo coja, que tenía mi padre.
Ahora se hunde. Agrietada, con los tejados llenos de roturas, esperando qué se hará con ella por sus actuales dueños. Si se va a convertir en la casa hortera y de mal gusto habitual, prefiero que se hunda y recordarla como ese espacio de mi niñez. Porque las condiciones serían duras, pero yo las recuerdo de mucha felicidad.

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